Clasistas

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(21 DE SEPTIEMBRE 2022) Por Violeta Vázquez Rojas Maldonado. 

 

Clasistas

 

 

 

Todos los años las ceremonias del grito de Independencia son más o menos iguales: la pareja presidencial recorre los salones de Palacio Nacional, el presidente recibe la bandera de una escolta militar y sale al balcón a invocar al pueblo de México para gritar una serie de “vivas”: a la Independencia, a los héroes que nos dieron patria, a Hidalgo, a Morelos, a Josefa Ortiz de Domínguez.

Los gritos de Calderón y Peña Nieto no se salieron nunca del guion establecido: después de mencionar a los héroes patrios gritan tres veces “Viva México”, tocan la campana y ondean la bandera nacional. Vicente Fox, en cambio, sí quiso ponerle algo de su cosecha: “¡Vivan los acuerdos para un México mejor!”, fue una de sus innovaciones.

Con Andrés Manuel López Obrador, en cambio, las ceremonias han variado -dentro de los rígidos límites de lo establecido-, al grado que se ha vuelto motivo de expectativa saber qué gritará cada año. Además de que devolvió a la lista de héroes a Leona Vicario -ausente por doce años-, va agregando vivas a entidades intangibles: “Vivan los héroes anónimos”, “Viva el heroico pueblo de México”, “Viva la fraternidad universal”.

En 2020, por primera vez desde que se tenga registro, el presidente salió al balcón a encontrarse con un zócalo vacío -ese mismo zócalo que como líder de un movimiento social llenó tantas veces- y un país en zozobra, azotado por una pandemia colosal de consecuencias desoladoras. Ahí, ante los millones que lo veían en alguna pantalla desde sus casas, agregó a su lista una mención que alcanzó a quebrarle la voz: “Viva la esperanza en el porvenir”.

En 2022, el Zócalo volvió a recibir a AMLO repleto de gente. Lo novedoso en esta ocasión es que a los tradicionales “vivas” a los héroes y a entidades abstractas (la

justicia, la paz, la igualdad, la soberanía) agregó tres “mueras”: “Muera la corrupción”, “Muera el clasismo”, “Muera el racismo”.

El giro poco común de enunciar no sólo aquello que se enaltece sino también lo que se aborrece despertó el rechazo de quienes repudian a López Obrador. A él le gusta, ya sabemos, marcar contrastes, y eso implica no sólo hablar de lo que defiende sino también, extensamente, de aquello de lo que está en contra. A esta costumbre sus adversarios le llaman “polarización”, y es la causa, dicen, de la división y confrontación que socialmente nos aqueja.

En México se habla poco del clasismo, aunque se le padece a diario. Tal vez solemos no hablar de él porque es tan connatural a nuestra sociedad, que se asume como la manera normal en la que funciona.

El clasismo es un sistema y a la vez una ideología que reproduce ese sistema. Como lo primero, es un orden social que oprime a las clases «bajas» en favor de las clases altas. Típicamente las clases se distinguen por el ingreso, pero también puede ser por la ocupación, por el nivel educativo, por la pertenencia a ciertos círculos sociales o por diversos factores que podemos resumir en “estatus socioeconómico”. El clasismo como sistema perpetúa la desigualdad socioeconómica entre clases sociales. Y como ideología, además, asigna a las personas diferentes “valores” y las trata de manera diferente dependiendo de su pertenencia a una u otra clase social.

Es clasismo, por ejemplo, considerar que las personas de las clases altas son “más cultas” que las de las clases trabajadoras, que son más inteligentes, que “hablan mejor” o que “trabajan más duro”. Ninguna de estas asociaciones es racional, pero se sostienen mediante el prejuicio de la ideología clasista.

En la ideología clasista la jerarquización de las personas de acuerdo con su clase siempre va en el mismo sentido de la estratificación social: mientras más cercana

es su pertenencia a las élites, mayores virtudes se les asignan. Y mientras más se alejan, mayores vicios y defectos se les encuentran. No tiene sentido, por lo tanto, hablar de “clasismo inverso”, porque eso implicaría un sistema que oprime a las clases altas y que asigna prestigio a las clases oprimidas, lo cual sería jerarquizar a la gente en el sentido contrario de su estrato social.

En el sistema clasista se considera una “aspiración” natural querer pertenecer a las clases altas -lo cual es predecible, dado que son las que se asocian con el prestigio y las virtudes- y querer diferenciarse de las clases bajas: ese fenómeno tan conocido al que llamamos “aspiracionismo”.

Es común que cuando se denuncia el clasismo, especialmente en su manifestación ideológica, quienes pertenecen a las clases altas o pretenden pertenecer a ellas suelen reaccionar acusando de clasista precisamente a quien trata de visibilizar este sistema desigual, y no reconocen como clasistas a quienes defienden la ideología que lo mantiene. Ese fue uno de los reproches contra AMLO por mencionar la palabra “clasismo” ni más ni menos que en su grito de Independencia. Sin embargo, no está errado el presidente en acusar la existencia de este flagelo. Para muestra, esta semana nos ha dado tres joyas.

La ilustradora Viviana Hinojosa publicó en su cuenta de Twitter: “Marcelo Ebrard tomándose selfies con la esposa en un funeral de estado.Y eso que es el único en ese gabinete que sabe usar cubiertos” (sic). El chiste (que es chiste, no por gracioso, sino porque la intención de la autora es hacer reír) se basa en la idea de que usar cubiertos es un signo de sofisticación, asociado, ya se sabe, con las clases altas, mientras que las clases populares acostumbran más bien a comer con tortilla y, de ser necesario, con cuchara. Esto desde luego es una simplificación y un estereotipo, pero es el que explota Hinojosa para hacer su comentario sardónico: los miembros del gabinete de la 4T son de la clase que no usa cubiertos, los que no son sofisticados. Para el obradorismo es un timbre de orgullo que los miembros de las clases trabajadoras y populares lleguen a ser

servidores públicos, pero para quienes defienden el clasismo esto pervierte el orden social que quieren mantener, ya sea porque les beneficia o porque aspiran a que les beneficie.

El columnista Pablo Majluf publicó un tweet también revelador: “¿Hay clasismo en México? Algo. ¿Lo va a eliminar un demagogo bananero disfrazado de pueblo y sus académicos del resentimiento mediante oratoria justiciera de desagravio y programas sociales diseñados en servilleta con pipián? No.” El tweet contiene muchas expresiones características de la ideología clasista, pero me concentro en una imagen en particular: la de la servilleta con pipián. Si en lugar de “pipián” hubiera escrito “caviar” su chiste no tendría el efecto que busca, porque la imagen que quiere explotar es que el pipián -a diferencia del caviar- es una comida de las clases populares, no educadas, que por falta de formación improvisan al gobernar. No mencionamos el adjetivo “bananero” y la apelación al “resentimiento” porque no terminamos nunca, pero en la alusión de Majluf a los hábitos de comida del presidente hay un ejemplo de clasismo innegable, a pesar de que comienza diciendo que en México de clasismo hay sólo “algo”.

La semana pasada en El Universal la académica de la UNAM Guillermina Baena Paz publicó un texto en el que trata de explicar la aprobación de 62% del presidente. Su tesis es que se debe a una especie de encantamiento discursivo que el presidente ejerce sobre las masas. A diferencia de los tweets de Hinojosa y Majluf este es -al menos así lo pretende su autora- una reflexión seria.

La académica describe así a los simpatizantes de López Obrador: “Son pobres, son víctimas (…) Están sujetos a sus tradiciones, creencias y costumbres. Tan arraigadas que les es difícil que cambien o puedan ver otras opciones o situaciones. No creen en los bots o en los trolls. No ven noticiarios. Están atentos al futbol. Se informan de voz a voz. Usan celular y creen fielmente lo que dicen las redes siempre y cuando se sientan cómodos, pero si atacan lo que piensan

pueden tener reacciones violentas convertidas en respuestas con epítetos malsonantes o con acciones agresivas contra las personas”.

Claramente, la doctora Baena no conoce a la gente de la que está hablando, pero tampoco le hace falta. Para su explicación es suficiente recurrir a lo que la ideología clasista le ha hecho creer como asociaciones infalibles: que los pobres son ignorantes, desinformados, crédulos y que, si se les contradice, se tornan violentos. Baena no escatima un solo prejuicio en contra de las clases populares, aunque restaría ver si piensa lo mismo sobre alguna persona que pertenece a ese mismo estrato y no simpatiza con AMLO.

La paradoja de los argumentos clasistas es que quienes los esgrimen son la mejor muestra de que el clasismo es una ideología sin sustento. Por ejemplo, mientras que la doctora Baez encuentra que los pobres son crédulos y desinformados, y por esa razón siguen a AMLO, su propio texto, escrito por una académica con doctorado, es de una redacción desorganizada y casi incomprensible. Sus argumentos son sólo creencias, aún cuando acusa a los otros de carecer de criterio. El tweet de Majluf, por su parte, es la muestra misma de un clasismo que él comienza minimizando, y no desaprovecha para echarle en cara al presidente su pertenencia de clase a través de la prístina imagen con la que alude a lo que come. Y Viviana Hinojosa encuentra gracioso desacreditar al gabinete de AMLO, no por su desempeño, sino por lo que ella percibe como falta de hábitos sofisticados.

El clasismo perpetúa la desigualdad y la injusticia en las clases oprimidas, y en las clases opresoras o que aspiran a serlo, además, perpetúa la estulticia. Por el bien de todos, sí: que muera el clasismo.

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