El Blof del Cash

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(19 DE OCTUBRE, 2022) Por Alejandro Páez Varela.

 

El Blof del Cash

Hay que decir que los ataques del tipo “El Rey del Cash” son muchos en los últimos años.

 

El caso El Rey del Cash amerita analizarse desde distintos ángulos. No conozco a su autora, Elena Chávez, aunque he estado un cuarto de siglo en distintos medios de la capital mexicana, que es el ecosistema donde ella se ha desenvuelto, y con lo anterior digo que lo que escribo a continuación tiene esa distancia. Incluso a su expareja, César Yáñez, lo he visto dos veces en mi vida. He intercambiado mensajes con él otras tres veces, cuando hacía la Comunicación Social de Andrés Manuel López Obrador, y una sola vez después, recientemente, cuando puede platicar con él fuera de libreta y no por los motivos de este libro.

El primer ángulo para analizar no es el importante, pero sí debería tener peso dentro de la industria editorial. Se refiere al fiasco, al engaño, al blof. No creo que la editorial (y nadie lo pide) revise procesos internos a partir de lo que representa vender como investigación un testimonio que se adapta a criterios de TV y Novelas más que a las mejores prácticas del periodismo. El editor, en este y en varios casos, puede justificar la obra en las ventas (que serán maravillosas) (o no; no sé). Pero no debe quedar inadvertido que se puede difamar con un titulo ingenioso y un texto mediocre sin que existan filtros para evitarlo. Es evidente que la confianza de la empresa no estaba en que el texto se defendiera a sí mismo: estaba en los abogados. Me parece importante no dejarlo pasar.

Otro ángulo es obvio, y creo que muy importante: el blof (es decir, la mentira, el montaje, el invento, el engaño). Cómo fue que se infló un tema y con él se amparó un ataque contra el proyecto que se conoce como “4T”. Un bloque de opositores al Gobierno de López Obrador tomó la portada del libro (el texto apenas sirve para ese propósito) y la convirtió en una campaña de desprestigio. Más aún: el texto todavía no se conocía cuando la portada servía a propósitos difamatorios. Periodistas, políticos, académicos, una élite de empresarios y los partidos de oposición; una buena parte de la prensa y los (cada vez más) comentadores se unieron para inflar la idea de un Presidente corrupto que mueve carretadas de dinero en efectivo, y ya no importó si el relato rosa (“entre el chisme y el recuerdo personal”, dijo el diario español El País) lo fundamentaba, porque no se trata de contar la verdad: se trata de golpear a un dirigente social al que aborrecen.

Y una tercera capa de análisis o un tercer ángulo se desprende de lo anterior. En el cómo las campañas de desprestigio (alimentadas casi siempre por el odio) duran cada vez menos tiempo. Se desinflan más pronto. Y esto no es una buena noticia para la oposición, cuya existencia básicamente se justifica en su desprecio (y menosprecio) al Presidente. Como los distintos frentes de derecha y centro no tienen un proyecto alternativo de Nación, entonces lo único que los justifica juntos es que odian a López Obrador. Lo odian, y como la única estrategia que viene del odio es el ataque, lo hacen día y noche, y con lo que tengan en la mano. En este caso una portada con un texto que no le corresponde.

Esto último (odio que deriva en ataques), a su vez, ha generado dos efectos dentro de la oposición. Por un lado, todos en ese bloque que quiere regresar al poder busca emular a Javier Lozano y a Lilly Téllez. Y mientras se aplauden a sí mismos, festivos, por cada ocurrencia, se vulgarizan más. Un efecto más es que, cuando se aplauden, menos se escuchan. No se dan cuenta que a cada hora sus ataques son más vulgares, más predecibles y por lo tanto menos efectivos. Aquí hay materia, digamos, para las ciencias sociales pero también para la política y la mercadotecnia. Una Lilly Téllez llamando “hienas” y “perras” a las simpatizantes de Morena provocó ovación en el bloque de derecha. Allí está un ejemplo. Los siguientes adjetivos de la Senadora del PAN son casi inimaginables aunque, nadie lo dude, siempre se puede ser más vulgar.

Hay que decir que los ataques del tipo El Rey del Cash son muchos en los últimos años. Los primeros hicieron mucho ruido y los siguientes ya no tanto. Súmelos. Recuerde la “torre de control inclinada” y “el cerro que olvidaron” los diseñadores del nuevo aeropuerto en Santa Lucía. Recuerde el escándalo-que-no-es-escándalo con la fábrica de chocolates de un hijo del Presidente. Recuerde la campaña contra Delfina Gómez, a quien difamaron como “ladrona electoral” a pesar de que el Tribunal no la hace responsable de algo. Recuerde el viaje de López Obrador en un tren supuestamente simulado por computadora y las constantes falsas inundaciones durante la construcción de la Refinería de Dos Bocas. Recuerde la falsificación de documentos para inculpar al morenista Américo Villarreal y recuerde tantos y tantos misiles que han estallado en la tierra vacía, o los que se hunden, apenas lanzados, en mar abierto.

El Rey del Cash ha terminado en El Blof del Cash. Pero ya el libro no importa. Lo dramático para la oposición es que le quedan pocos recursos útiles contra su peor enemigo. Lo llaman dictador, narcotraficante y corrupto (y en otros círculos seguramente se le dice peor) pero, ¿de qué sirve, si se utilizan criterios de TV y Novelas y no de las mejores prácticas del periodismo? Los Javier Lozano y las Lilly Téllez se han multiplicado y cada vez son más vulgares porque se van dando cuerda entre sí. Están convencidos en cada adjetivo de Téllez (“hienas”, “perras”) porque caben en su vocabulario y como no se dan cuenta que aplaudirse entre ellos no los hace más grandes; y como no se dan cuenta que vulgarizarse los disminuye, entonces van de fracaso en fracaso sin que exista el más mínimo interés de hacer un alto para razonar sobre sus propios errores y sus propias estrategias.

En ese confuso universo sin proyecto de Nación, donde se aplauden las ofensas más hirientes como si fueran producto del ingenio y no del odio, las Lilly Téllez se vuelven las Juana de Arco del imaginario opositor, y se llega a pensar que entrevistar a Fernando Belaunzarán, Ricardo Pascoe y Guadalupe Acosta Naranjo para un libro da tanto prestigio como conseguir una entrevista exclusiva con el luchador Malcom X, el poeta Miguel Hernández o alguno de los hermanos Flores Magón.

El Rey del Cash es sin duda un título muy pegador pero cuando se pasa de las primeras 10 páginas, cualquiera puede darse cuenta que hay dos maneras de leerlo. La primera es desde la oposición: para alguien que aborrece a López Obrador no se necesitan ni diez páginas garabateadas para meterlo a la cárcel, como –por cierto– ya lo han intentado. La segunda forma de abordar el texto es desde el morbo: por conocer detalles íntimos de un círculo de poder que es básicamente lo que hacen las llamadas “revistas del corazón”.

Pero ninguna de las dos maneras de leer el libro tienen que ver con la calidad de lo publicado. El libro abraza a la oposición y la oposición se abraza del libro. Se contienen mutuamente. Se merecen.

Cierro esta reflexión con una más, que tiene que ver con el libro pero ni siquiera tanto: le hubiera encantado a la oposición una sola prueba en el libro. Alguien mostraba una nota de un diario que hablaba de Delfina Gómez como “ladrona electoral”. La nota, obvio, es mentira. Baste leer la resolución del Tribunal Electoral sobre ella y sobre el tema de Texcoco para comprobarlo. Es decir: usaban una mentira para probar un libro que no comprueba verdades.

Sin embargo, yo creo que por el bien de los mexicanos que creen en el proyecto de izquierda, es necesario que se aclaren otros pendientes que están por allí, y que no dejan satisfechos. Se necesita que la Fiscalía diga, de cara a la Nación, cómo va –por ejemplo– con los casos de los dos hermanos del Presidente, a los que vimos recibiendo dinero en efectivo. El caso David León, asesor de Miguel Velasco en Chiapas e involucrado en ese escándalo. Los simpatizantes del lopezobradorismo libran una batalla en sus casas y en sus trabajos para defender ese proyecto en el que creen: se les tienen que dar argumentos. Si alguien tiene que pagar porque cometió un error o no fue honesto, que pague. Sin más. O de otra manera unos y otros se estarán haciendo locos: unos acusando sin pruebas, y otros echándole tierra a casos que necesitan total transparencia, por el bien de todos.

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