Clase media: aspirar o pertenecer

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(27 DE OCTUBRE, 2021) Por Violeta Vázquez Rojas.

 

La clase media, dice Hadas Weiss 1, es más media que clase. En ese término la idea de “clase” está tan deslavada que prácticamente se concibe como “sin pertenencia a clase alguna”. Esto convoca, explica la antropóloga, un sentido casi nulo de identidad y de lealtad, pues le falta la oposición característica en la que se confrontan las clases sociales concebidas de otras maneras, como la de los trabajadores frente a los capitalistas, el pueblo contra las élites, o incluso “el 99%” contra “el 1%”.

Hay tantos y tan diversos criterios para definir a la clase media que es imposible que todos delimiten algo homogéneo. Lo que identificamos con ese nombre en realidad corresponde a la interacción de varios factores: el nivel de ingreso, el acceso a servicios, contar con seguridad laboral, o incluso cosas más abstractas como el capital cultural y las conexiones sociales. Tenía unos vecinos que nunca llegaban a fin de mes, pero eran clase media, o al menos eso siempre me parecieron, porque tenían apellidos compuestos y amigos con nombres de libro que, llegado el caso, les ayudaban a completar para la renta. También conozco gente que gana más que ellos pero que no se considera clase media porque no terminaron la secundaria. La clase media se define, pues, de manera arbitraria y al gusto de quien quiere pertenecer a ella, que es casi cualquier persona.

Al reino de ciertas clases medias pertenece el fenómeno del aspiracionismo. El aspiracionismo no es simplemente el deseo de estar mejor –lo cual puede ser un anhelo legítimo de cualquiera–, sino el de alcanzar cierto modo de vida que, según un cierto sistema de valores, se considera superior a otros. El aspiracionismo es una ambición con ideología. El modelo al que se aspira no es otro que el encumbrado por los órdenes de opresión conocidos: los aspiracionistas tienen pretensiones de ser blancos, ricos, europeos o estadounidenses, hablar inglés (“sin acento”) y de estudiar en universidades privadas –preferentemente extranjeras–. Crucialmente, la aspiración viene motivada por la ideología supremacista de que la gente que cuenta con esas características merece dominar a quienes no las tienen.

El aspiracionismo implica también un profundo desprecio por el Estado, y se jacta de prescindir de servicios públicos. El aspiracionista se atiende sólo con médicos privados, usa coche particular y jamás recurre al transporte masivo. Por eso lo público no es de su incumbencia, el aspiracionista típico dirá que “es apolítico” o que “no es de izquierda ni de derecha”. Esto, aunque implique que sea de derecha, puede ser falso, pero no necesariamente insincero: auténticamente, al aspiracionista la vida pública le tiene sin cuidado, volcado como está en su comodidad individual.

 

 

Es bien sabido que el sustento ideológico de la llamada Cuarta Transformación parte de un entramado de conceptos que suelen presentarse como dicotomías. Una muy conocida es la que opone al pueblo contra las élites corruptas. El pueblo se concibe como el sujeto político primordial, el agente transformador, “honesto, trabajador y sabio”, mientras que las élites corruptas buscan conservar sus privilegios –son conservadoras–, y regresar a toda costa a controlar el poder político del que han sido, al menos temporalmente, desplazadas.

En esta dicotomía no hay espacio conceptual para esa noción nebulosa y ambigua que es la clase media, y es particularmente desconcertante la existencia de un sector que, aunque viva de su trabajo, no busque fortalecer la solidaridad y la lealtad con el pueblo trabajador, sino que aspire o finja pertenecer a las élites, motivado por consignas como “el cambio está en uno” y “el que no transa no avanza”, incluso si eso compromete sus principios éticos.

La discusión propiciada desde las mañaneras y que ha tenido resonancia en cantidad de columnas, notas informativas y hasta una serie de programas en los «Jueves de debate» de Capital 21, nos lleva a replantear las preguntas sobre la clase media y poner en duda las bases de su existencia objetiva. Lo que importa ahora no es si realmente somos clase media o no, es decir, si cumplimos con los requisitos materiales o sociales que justifiquen nuestra adscripción a ese sector. La pregunta es más bien si queremos identificarnos con una franja social que, más que económica, es ideológica, y que se caracteriza, no por condiciones materiales de vida, sino por la pretensión de parecerse más a las élites que a sí misma.

Cuando se pone un tema a debate en la tribuna pública de la Mañanera, podemos escoger entre una de dos reacciones. La primera es santiguarse y acusar que, una vez más, el presidente “polariza” y se confronta con otro sector de la sociedad, motivado por la cerrazón y el rencor. La otra opción es tratar de entender qué papel juega ese tema en el entramado de conceptos que constituyen el proyecto de la 4T. En este caso, por ejemplo, unos eligen decir que el presidente “ataca a las clases medias”, y otros tratan de entender qué papel juega el concepto de clase media en el proyecto cuatroteísta y analizar críticamente lo que hasta ahora se han considerado sus virtudes.

El tiempo dirá quiénes entendieron el momento político intenso y palpitante que estamos viviendo y quiénes se aferraron a confirmar sus prejuicios cada vez que se sintieron mencionados en una Mañanera.

 

 

1 1 Weiss, Hadas. 2019. We have never been middle class. Londres: Verso.

 


Violeta Vázquez Rojas Maldonado es Doctora en lingüística por la Universidad de Nueva York. Profesora-investigadora en El Colegio de México. Se dedica al estudio del significado. Ha publicado investigaciones sobre la semántica del purépecha y del español y textos de divulgación y de opinión sobre lenguaje y política. 

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