(22 DE ENERO, 2024) Por J. Jesús Esquivel.
Un burro hablando de orejas
Washington – La salida de una presentadora de noticias de un canal privado de televisión fue aprovechada por un atajo de personajes de la peor calaña para intentar reivindicarse y borrar su pasado. La terca memoria es el peor enemigo de políticos, gobernantes, criminales, autócratas y de los personeros de todos ellos.
Max Cortázar, quien fuera vocero del Sexenio de la Muerte de Felipe Calderón, utilizó el caso de la presentadora de noticias televisivas para, en su cuenta personal en la red social X, expresar su “solidaridad” con ella y “defender las libertades”.
Como Cortázar, muchos otros que me da flojera siquiera mencionar, denunciaron el caso de la lectora de noticias como un acto de censura. El negro pasado de quienes se rasgan las vestiduras es mancha indeleble.
Del pretérito reciente, y si me equivoco que me arrastren a las calderas mis padrinos, los hijos del Averno, para ser juzgado por el altísimo Chamuco, uno de los gobiernos más represores con los medios de comunicación fue el de Calderón y su operador para ello era Cortázar.
Las páginas de la Biblia -que ni en el Averno se censura- serían una minucia para enlistar los actos contra la libertad de prensa ejercidos por Calderón. Me limito a describir unos cuantos y en resumen.
Como integrante del equipo de tecleadores de la revista Proceso, viví y padecí la censura que Calderón y Cortázar intentaron imponernos.
Quisieron acorralarnos por mantener la denuncia en las páginas de la revista y en los tribunales, del fraude con el que Calderón llegó a Los Pinos. Para colmo, en su intento por legitimarse, al panista de Michoacán se le ocurrió lanzar la guerra militarizada contra el narcotráfico y con ello inició la descomposición social y reguero de sangre en nuestro país que seguimos padeciendo y que ni Enrique Peña Nieto ni Andrés Manuel López Obrador resolvieron.
De la mano del narcotraficante, Genaro García Luna, la guerra contra el narco era difundida como un éxito en los medios de comunicación afines y consentidos por Cortázar.
En Proceso nos faltaba tinta para contar la barbarie y a Cortázar le sobraban recursos y métodos para intentar callarnos y ocultar la realidad del horror en México. Cuando en 2009 señalé que García Luna era personero del Cártel de Sinaloa y citando a funcionarios de la DEA -lo que 14 años después de lo que sostuve se corroboró con el juicio en Nueva York- Cortázar hizo todo lo que pudo para desacreditarme.
Junto a su patrón, y con objeto de encubrir al narcotraficante que estaba al frente de la Secretaría de Seguridad Pública, Cortázar incluso concretó el “pacto de medios de comunicación mexicanos” que aceptaron callar y esconder el reguero de sangre de esa guerra sin pies ni cabeza.
Los pocos medios que fueron la excepción a ese pacto aguantaron la censura que practicó Cortázar y que ahora hipócritamente denuncia. Como dicen en mi pueblo: “un burro hablando de orejas”.
Los voceros de los presidentes de México, mientras su jefe está en la silla, se sienten poderosos e intocables. Todos, sin excepción, afiliación política e ideología, se saturan de soberbia. A ningún presidente le gusta que la prensa los cuestione, se asumen como la perfección y consideran que tienen la última palabra en todo.
Sería el colmo que para que entiendan las líneas de este tecleador recurran a otro ungido del atajo y clase de Cortázar, Rubén Aguilar.