(07 DE SEPTIEMBRE, 2022) Por Alejandro Páez Varela.
El dictador
Ciertamente vimos al Presidente frustrado la semana pasada en dos momentos que fueron relevantes para la República –en cuanto a la separación de poderes– pero que, a su vez, no son buenas noticias para los mexicanos porque nos recuerdan que el Poder Judicial es un elefante no reumático: podrido.
La semana pasada, el Presidente de México protagonizó dos momentos relevantes para la República que, a su vez, al menos en apariencia, no fueron buenos para él. Por un lado, tuvo que exhibir públicamente un expediente de liberaciones sospechosas ordenadas por jueces; y por el otro, tuvo que plantear su desilusión con los ministros que propuso para la Suprema Corte.
Nunca antes han estorbado ministros o jueces a un Presidente. Simplemente ordenaba removerlos. Pero en este sexenio, el Jefe del Estado mexicano ha tenido que denunciarlos en público pero, para su desilusión, no se mueve nada.
López Obrador contó que cuando era Presidente electo, en 2018, se preguntó qué hacer con el Poder Judicial. “Entonces, llegué a la conclusión de que no iba yo a presentar ninguna iniciativa de reforma para renovar todo, incluso retomar lo que en algún tiempo se aplicó de que los jueces, sobre todo los ministros, fuesen electos por los ciudadanos. Todo eso se pudo llevar a cabo”.
Agregó: “Se pudo haber hecho una reforma o proponer una reforma, pero dije: ‘No, va a ser muy complicado’. Y sí es ir al fondo, porque es un poder, como lo es el Ejecutivo, piramidal: en la base están los jueces, en medio están los magistrados y arriba está la Corte. Entonces, dije: ‘Voy a tener oportunidad de proponer a ministros –hice mi cuenta–, más los que estén ahí, decentes. Puede ser que logremos tener mayoría, no para que me apoyen en abusos, sino para reformar el Poder Judicial y que realmente haya justicia en México”.
“¿Y qué creen?”, preguntó el Presidente de México. “Me equivoqué”, se respondió. “Porque hice propuestas, pero ya una vez que propuse, ya por el cargo o porque cambiaron de parecer, ya no están pensando en el proyecto de transformación y en hacer justicia. Ya actúan más en función de los mecanismos jurídicos. Y yo respeto eso, porque pues yo propongo. Pero yo no quiero tener incondicionales. Yo quiero que haya mujeres y hombres libres, conscientes y que al momento de tomar decisiones cada quien asuma su responsabilidad”.
Claro que para los que alimentan la narrativa del “dictador” (y para aquellos que quieren creer en ella) fue incómodo incorporar esos dos momentos dentro de su discurso. ¿Cómo que López Obrador no puede con unos jueces si es un autoritario, ruin y corrupto, y se desayuna cereal con leche en una bota de soldado, y cena niños con cáncer que cultiva en las mazmorras de Palacio Nacional? ¿Cómo que lleva todo el sexenio enfrentándolos sin poder tirar a uno solo? Híjole, pues tremenda dictadura la de México, me cae.
Debo confesarles que a mí me gusta esa narrativa del “dictador come-niños” porque exhibe a la oposición (intelectuales, medios, periodistas y partidos) de cuerpo entero: en su desesperación por recuperar el poder que perdieron son capaces de todo, empezando por mentir. Y me gusta esa narrativa porque en parte explica el fracaso opositor para destrozar al Presidente: la élite grita que vivimos una dictadura pero la gente no lo ve en su día a día; entonces, sin premeditarlo, la élite se separa tanto de la realidad como de la gente, y pierde apoyo popular.
Los medios publican toneladas de textos diarios donde se habla del dictador. Híjole, pues qué chafa dictadura la nuestra, donde ni un solo periodista ha sido despedido por órdenes de Palacio Nacional, como sí sucedía con PAN o con PRI; qué chafa dictadura donde ningún medio ha cerrado por el acoso desde la Presidencia, como pasaba hace apenas unos años.
Comentaristas, académicos, intelectuales, periodistas y medios pueden gritar que vivimos una dictadura y entonces cualquiera de nosotros podemos preguntarnos, con honestidad: ¿y cómo pueden gritar que vivimos una dictadura si vivimos una dictadura? ¿Qué no se supone que en las dictaduras nadie puede gritar que vivimos una dictadura?
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Los dos episodios de la semana pasada, que tienen que ver con el Poder Judicial, nos advierten que el Presidente empezará a cerrar capítulos, muchas veces sin resolver, porque simplemente no hubo tiempo y porque los intereses involucrados se impusieron a la agenda de transformación. La reforma a ese poder nunca se materializó, como tampoco pudimos ver una nueva Fiscalía General de la República. Y aunque faltan dos años a la administración de López Obrador, debemos entender que hay temas en los que un sexenio no será suficiente.
Como la Reforma Eléctrica o la Guardia Nacional; como la Reforma Electoral y la limpia al Poder Judicial, hay pendientes que involucran a otros poderes (Legislativo, Judicial) y que necesariamente serán agenda para después de 2024, porque el Presidente no querrá imponerlos por la fuerza. Serán, como ya dijo alguna vez, encargos que se le quedan a quien, desde su movimiento, llegue a Palacio Nacional.
Quizás una lección importante que deja el sexenio de López Obrador es que sí es más efectivo impulsar agendas en el Legislativo apenas se llega a la Presidencia. Se trae bono democrático, se tiene mayor control sobre las fuerzas políticas, incluyendo la propia. Ya más adelante es complicado, como le ha pasado al actual Presidente, promover, convencer y alcanzar reformas constitucionales porque los partidos opositores se estancan en el futurismo: no quieren conceder porque están razonando el impacto que tiene sobre las elecciones por venir.
Con el Tribunal Electoral y con el INE pasa lo mismo que con el Poder Judicial y la FGR: su autonomía dificulta al Poder Ejecutivo realizar cambios si no se tienen los votos suficientes en el Congreso o si no se logra un consenso con la oposición, y eso casi siempre se puede al iniciar un sexenio. Remover a Alejandro Gertz Manero demanda demasiado esfuerzo y aún así es probable que no quede un nuevo Fiscal, sino un encargado de despacho, por ejemplo.Y para remover a un Lorenzo Córdova, tan cuestionado en las calles, pero tan defendido por la élite, requiere una Reforma Electoral de fondo que no se puede simplemente imponer desde Presidencia porque, quizás como ningún otro tema, demanda ser negociado entre las fuerzas democráticas del país. Entonces, lamento decirlo, lo más probable es que Gertz Manero y Córdova terminen sus respectivos periodos y se vayan a casa con un cheque por su “labor cumplida”.
Varios de los pendientes que dejará López Obrador deberán ser tomados casi en automático por quienes aspiran a relevarlo. Si son inteligentes, y creo que lo son, Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard deberán incorporar en su discurso como precandidatos las reformas que López Obrador no pudo sacar, y no sólo para exponer ante los ciudadanos que se garantizará la continuidad, sino porque se trata de causas justas que el país reclama y que el primer Presidente de izquierda no pudo sacar aunque trabaja siete días de la semana. No son caprichos, sino demandas de las mayorías y quien quiera oponerse debe preguntarse en qué país vive. ¿Quién puede negar que se necesita transformar al Poder Judicial y convertir a la Fiscalía en una verdadera representación popular? ¿Quién desde la izquierda puede negar que el INE y el Tribunal Electoral ya no borrarán la mancha del fraude de 2006, por ejemplo?
Ciertamente vimos al Presidente frustrado la semana pasada en dos momentos que fueron relevantes para la República –en cuanto a la separación de poderes– pero que, a su vez, no son buenas noticias para los mexicanos porque nos recuerdan que el Poder Judicial es un elefante no reumático: podrido. Y es un mensaje muy poderoso y desalentador decir que si López Obrador, que es el Presidente, está frustrado con ministros, magistrados y jueces, los ciudadanos estamos frustrados y además, con justa razón, desesperanzados.
Por otro lado, también hará bien al lopezobradorismo en entender que su líder ha hecho lo que ha podido y que no hará más de lo que humanamente le es posible. Debe reconocer que la tarea es mucha y que habrá pendientes, y que se necesitan años para transformar a un país. Y debe convencerse de que 2024, por más bien que el movimiento salga en las encuestas, puede ser aprovechado por la oposición para inyectar confusión e intentar revertir lo poco o mucho que ha avanzado esta curiosa dictadura que cumplirá su periodo Constitucional de poco menos de seis años, y bajará la cortina.