Anatomía de una noticia falsa

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(10 DE AGOSTO 2022) Por Violeta Vázquez Rojas Maldonado.

 

Anatomía de una noticia falsa

 

¿Por qué creemos las noticias falsas que circulan en las redes y en los medios formales de comunicación? La respuesta es simple y conocida: porque estamos dispuestos a hacerlo. Y la disposición a creer noticias falsas, ya sean engaños furtivos o mentiras francas, la tenemos todos por igual: para esto no vacunan ni el estatus socioeconómico ni los grados académicos. Algunos podrán jactarse de ser más avezados en eso que llaman «pensamiento crítico»: la capacidad de juzgar una información y evaluar su fuente o su evidencia antes de aceptarla. Pero incluso quienes supondríamos más entrenados en esta habilidad ceden ante sus propias aversiones o simpatías, que suelen tener más peso que la razón a la hora de juzgar la veracidad de la información que reciben.

La noche del lunes 8 de agosto nos ofreció un ejemplo concreto. Como es sabido, la actual secretaria de Educación Pública, Delfina Gómez Meza, fue elegida por encuesta como futura candidata a la gubernatura del Estado de México por Morena. El presidente Andrés Manuel López Obrador anunció, entonces, que la siguiente titular que ocupe el puesto actual de Gómez Meza sería una mujer. El periodista de El Heraldo, Mario Maldonado, lanzó este buscapiés en su cuenta de Twitter (lo transcribo sin arrobas): «#Exclusiva Listo el relevo en la SEP. La titular de CONACYT, Elena Álvarez-Buylla, será la nueva titular de educación, en lugar de Delfina Gómez Meza. Se prevé que mañana el presidente López Obrador la anuncie en la conferencia matutina».

Unos minutos después, la «exclusiva» de Maldonado ya estaba recorriendo los chats y las cuentas de Twitter de buena parte del gremio académico, especialmente entre quienes tienen una declarada animadversión contra la funcionaria de CONACYT. Un par de horas más tarde ya se levantaba una ola de lamentos, quejas e indignaciones. Dado que consideran que Álvarez-Buylla no ha sabido llevar la política científica del país, su sola mención como posible encargada de la política educativa les parecía un atropello. Sin embargo, o precisamente por eso, decidieron creerlo.

Poco les importó a estas mentes críticas, habituadas al escrutinio racional y entrenadas en el método científico, que el perfil de Álvarez-Buylla no sea ni remotamente parecido al de Delfina Gómez, una maestra de aula cuya fortaleza, como lo ha dicho López Obrador repetidas veces, es la de representar al frente de una secretaría a quienes son la base misma de la educación escolar: los maestros. Tal vez si escucharan de vez en cuando alguna mañanera sabrían que la relación con los maestros está en el centro de la política de educación en este país. ¿Pensaron acaso que una científica como Elena Álvarez-Buylla podría continuar con el afianzamiento de esta relación? ¿No consideraron acaso que, dado que, como ellos mismos aseveraban, el presidente está satisfecho con la gestión de Álvarez-Buylla en CONACYT, lo más lógico era que quisiera dejarla en ese mismo encargo?

No, aunque todo esto era lógico, eso no fue suficiente para considerarlo. Y es que la noticia de Maldonado explotaba sabiamente dos cosas: por un lado, la ya referida antipatía política contra la encargada de Ciencia y Tecnología; por otro, la premisa asumida por ciertos académicos de que este gobierno toma siempre decisiones improvisadas, poco estratégicas y sin sustento racional. La combinación de estas dos creencias les llevaron a aceptar a rajatabla el bulo de Mario Maldonado. Y no solamente creyeron en la fatalidad de un nombramiento por demás implausible, sino que además agregaron posibilidades cada vez más delirantes, como que Omar Fayad (sí, el gobernador de Hidalgo que deja su cargo en septiembre) sería el sustituto de Álvarez-Buylla al frente de CONACYT.

Los medios también echaron a andar su maquinaria, no por conocida menos perniciosa: primero alguien, abusando de su prestigio de periodista, lanza un tuit sin confirmar, luego un medio consolidado lo retoma, y ya en la formalidad -o seudo formalidad- de aparecer como una nota redactada en un sitio de noticias, lo replica algún otro portal, desde donde otras personas con notables credenciales de investigadores, también poniendo por delante su credibilidad, lo difunden, y el ciclo vuelve a empezar. Lo que empezó como un rumor desde la cuenta de Mario Maldonado en poco tiempo era nota de El Heraldo -que citaba a su propio reportero como fuente- y más tarde retomado por Expansión y Publimetro. Al presidente le tomó menos de diez segundos desmentir el rumor al día siguiente en su conferencia matutina.

No es la primera vez que esto pasa. Héctor Alejandro Quintanar publicó un hilo de meticulosa memoria donde recuenta la sarta de ocasiones en que se ha repetido este patrón. La primera vez en este sexenio fue en mayo de 2019, cuando, ante la renuncia de Josefa González-Blanco a la Secretaría del Medio Ambiente, la periodista Lourdes Mendoza esparció la «primicia» de que su sustituto sería Manuel Velasco, el exgobernador de Chiapas. El tuit fue difundido en redes, causó enfado y más tarde su contenido cabeceaba las notas de diversos sitios de noticias: «Posible nombramiento de Manuel Velasco en Semarnat causa molestia en redes», rezaba un titular de Publimetro. Cuando se confirmó que al frente de Semarnat no estaría Velasco, sino Víctor Toledo, no sólo no hubo algún reconocimiento del error de parte de quienes difundieron el bulo, sino que se vanagloriaron de haber evitado, con sus protestas en redes, una designación que, a pesar de sonar absurda, creyeron perentoria. En octubre de 2021, en su columna de El Financiero, Alejandro Sánchez Cano vaticinó la salida de Hugo López-Gatell como subsecretario de Salud. Según sus predicciones, «sus días están contados como subsecretario de Salud y seguramente su siguiente escala será en algún penal de alta seguridad». Sobra decir que no sucedió ninguna de las dos cosas. Tampoco ha habido una rectificación por parte del columnista.

Uno pensaría que no hay profesión que dependa más de la credibilidad del enunciador que el periodismo. Un mentiroso contumaz no debería ser considerado confiable, y sus dichos, por más que los publique en un medio consolidado, no deberían tomarse en serio. ¿Por qué, entonces, estas personas siguen manteniendo sus espacios y sus audiencias? ¿Por qué siguen influyendo en la opinión pública desde sus columnas llenas de especulaciones sin evidencia? Pienso que es porque cumplen con su trabajo, y su trabajo, para el que son contratados, no es informar, sino atraer lectores a sus portales. Las visitas se traducen en publicidad, y al final de cuentas, si se pierde credibilidad a cambio de miles de visitas, el balance termina siendo a favor: la pérdida es menor que la ganancia. Digo que la pérdida de credibilidad es menor porque la inmediatez vertiginosa de las redes hará que sus engaños pronto caigan en el olvido. Al día siguiente, borrón y cuenta nueva: pueden volver a mentir, si así lo quieren, con total impunidad.

Mucho se habla de la crisis de credibilidad del periodismo -en realidad, deberíamos matizar que es una crisis de cierto periodismo y especialmente de ciertos periodistas-, pero cuando se lanzan vaticinios sin confirmar, o cuando se filtran trascendidos temerarios, primero se les cree, luego se les difunde, y cuando se comprueba su falsedad, simplemente se deja pasar sin sanción moral alguna, como si se tratara de «gajes del oficio».

Empezamos esta columna preguntando por qué creemos noticias falsas. Ahora hay que preguntarnos también por qué algunos periodistas siguen difundiendo deliberadamente noticias falsas. La respuesta es la misma: porque en el balance del reclamo social a ellos no les cuesta nada y porque saben que estamos dispuestos a creerlas.

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