DICIEMBRE INDELEBLE

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(03 DE ENERO, 2022) Por J. Jesús Esquivel.

 

Washington – Diciembre suele ser un tiempo apacible entre la sociedad mexicana, y hasta en los criminales, por la celebración guadalupana, la Navidad y el fin de año. No lo fue en las postrimerías del 2009 en Ciudad Juárez, Chihuahua. Un viaje de trabajo en ese entonces a la región fronteriza entre Ciudad Juárez y El Paso, Texas, es de entre mis experiencias reporteriles una de las más tristes.

Desde el momento que crucé caminando la frontera de norte a sur para reportear, el ambiente en Juárez era de desolación; se percibía en los ojos y humor de la sociedad de esa tierra tan golpeada y querida.

Rememoro ese viaje porque hace unos días, durante una conversación telefónica con un amigo, me hizo notar que por lo que escribo en mi cuenta personal de Twitter, trasmina una especie de odio a Felipe Calderón. En segundos, antes de responderle, pasó por mi mente ese viaje a principios de diciembre del 2009 a Ciudad Juárez.

Eran cerca de las 2 de la tarde cuando empecé a caminar por el centro de “Juaritos”. Poca gente circulaba por sus calles cuando años antes de que Calderón iniciara su guerra militarizada contra el narcotráfico, esa zona era un cuadro multicolor del gran trajín y el folklore fronterizo.

“Está de la chingada la situación; la plaza está llena de muertos”, fue lo primero que me dijo mi amigo y colega entrañable, el fotoperiodista Julián Cardona. Caminamos juntos hasta el restaurante para ir a comer. Tras un abrazo y la pregunta obligada de “¿cómo vas?”, nos desplazamos en silencio tres cuadras hasta llegar al establecimiento.

Julián, con sus lentes y cámaras fotográficas junto a las letras de Charles Bowden, en sus imágenes mostró a muchos países del mundo lo que detonó y provocó Calderón en Ciudad Juárez. Gracias, en parte, a este par de cronistas y trovadores fronterizos quienes lamentablemente ya se fueron, la prensa internacional llegó de forma masiva a reportar la barbarie de un gobierno mexicano irresponsable patrocinado por intereses de la Casa Blanca en Washington.

Fue una comida breve; me urgía rastrear la arrogancia de Calderón y sustentar (que desde entonces lo hacía; vean mis reportajes en Proceso) los presuntos nexos con el Cártel de Sinaloa de Genaro García Luna que en Ciudad Juárez se traducían en el reguero de tanta sangre inocente.

Habían pasado escasos dos meses desde mi viaje previo a Ciudad Juárez y la situación de violencia e inseguridad no mermaba. Acompañado de Julián corroboré la tragedia y gravedad de la situación durante mi estancia de 10 días.

La falta de valor de un funcionario público se palpa cuando, después de haber contribuido al desastre y a la barbarie -en este caso la del Sexenio de la Muerte-, critica las consecuencias de una guerra inepta contra el narco usando como “daño colateral” a la sociedad mexicana y en particular a la de la región del norte del país. García Luna está tras las rejas en espera de juicio acusado de narcotráfico, pero otros exfuncionarios calderonistas se escudan y disfrazan de analistas políticos para, sin autoridad moral y cobardemente, reprobar la inseguridad y explosión de la violencia de la que son como el cartucho de dinamita.

 

 

No odio a Calderón; como informador y por la experiencia de años de reportear en el lugar de los hechos de su guerra militarizada contra el narcotráfico, y no detrás de un escritorio y frente a una computadora, le reprocho a él y a todos sus achichincles que ahora se visten de críticos valientes lo que ellos contribuyeron a crear: que los mexicanos seguimos acostumbrados a los muertos, que perdimos la libertad de movimiento en nuestro país y la sensibilidad humana ante el dolor ajeno.

Marcado como uno de los capítulos más negros del periodismo de México, se quedará por siempre el pacto que hicieron muchos medios de comunicación con Calderón para ocultar su reguero de sangre por toda la república. Tan seguimos insensibles, que esa costumbre a los muertos nos nubla para pedir la rendición de cuentas a nuestros gobernantes.

Pacientes y algunos mudos, seguimos esperando que el presidente Andrés Manuel López Obrador cumpla su promesa de pacificar a México y regresar a los militares a sus cuarteles. AMLO, entre muchas otras cosas, está en el poder porque sus promesas abrieron la esperanza de que resolvería lo que provocó Calderón y que tampoco se corrigió en el corrupto gobierno de Enrique Peña Nieto.

Que 2022 sea un año de menos sangre, odio y de mucha paz para nosotros los mexicanos y el mundo entero.

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