(18 DE OCTUBRE, 2021) Por J. Jesús Esquivel.
Washington – Doña Mago, una vecina de mi madre que vendía por docena las tortillas que ella hacía a mano todos los días sobre un comal atizado con leña, murió por enfisema. El humo que salía de su fogón y que aspiró durante décadas la fue consumiendo paulatinamente hasta que terminó con ella. Su deceso ocurrió hace ya bastante tiempo, me lo contó mi madre cuando le pregunté por las tortillas de Doña Mago.
Más que su muerte, me sorprendió enterarme que dos años antes de su deceso, la señora de 75 años que quedó viuda a sus 22, pasó los últimos 18 meses de su vida encerrada en una cárcel. Los dueños de un pequeño supermercado le encontraron un paquete de 250 servilletas de papel escondido entre sus ropas. Doña Mago estuvo presa sin ser sentenciada, la liberaron a causa del enfisema crónico que padecía y falleció tres semanas después de su liberación.
Es imposible justificar cualquier delito aunque duela y sea amargo entender las circunstancias que en el caso de Doña Mago, la llevaron a intentar robar el paquete de servilletas de papel.
Lo abominable es que haya permanecido 18 meses en una prisión sin que un juez formalmente la acusara de delito alguno. Me niego por principio a decir que Doña Mago era una ratera, y grito a los cuatro vientos que Emilio Lozoya, Enrique Peña Nieto, César Duarte Jáquez, Javier Duarte Ochoa, Arturo Montiel Rojas, Rosario Robles Berlanga y tantas y tantos otros exfuncionarios, son unos bandidos.
Indignada está la mayoría de la ciudadanía del país cuando salió a relucir la fotografía de Lozoya cenando como millonario en el restaurante Hunan. Un bandido confeso de manera tan descarada departiendo con familiares y amigos en un lugar que está fuera del alcance del bolsillo de millones y millones de mexicanos. Esto ocurre sólo en México, nación enferma del cáncer de la corrupción y la impunidad.
Nadie necesitaba de una fotografía para comprobar los privilegios que la Fiscalía General de la República (FGR) le da al exdirector de Pemex. Desde que llegó extraditado de España, Lozoya con mucha desfachatez le ha dado cuenta al fiscal general, Alejandro Gertz Manero, de los robos en millones de dólares que hizo él, Peña Nieto, Luis Videgaray y tantos otros que no sabemos pero nos imaginamos quiénes pueden ser. El ratero caradura está bajo arresto domiciliario y a sus compinches, Gertz Manero no los toca ni con el pétalo de un citatorio. Esta es la clase de justicia clasista y arrogante que nos prometió el cambio y que, si comparamos el caso de Lozoya con el de Doña Mago, dan ganas de vomitar nada más de pensar las circunstancias de cada uno.
¡Carajo! Hablamos de millones de dólares robados que son una pizca de lo poco que sabemos del entresijo de corrupción del sexenio de Peña Nieto gracias al soplón de primera clase al que Gertz Manero no se atreve a castigar como se lo merece.
Mientras millones de niñas y niños mexicanos nadan en la pobreza y mujeres como Doña Mago se acaban la vida para poder sobrevivir, los delincuentes de cuello blanco cenan platillos chinos en un restaurante de súper lujo y carísimo. Qué cambio es ese que deja impunes a los auténticos responsables de la pobreza que azota a México.
En un país con un sistema judicial de rendición de cuentas de quienes se encargan de la aplicación de la justicia, Gertz Manero ya estaría de patitas en la calle por inepto. Es cierto, las investigaciones llevan tiempo para poder ser efectivas y para que no se escape ningún pillo. No obstante, en el caso de Lozoya qué más se necesita para tratarlo como una rata de cola tan larga como la que tiene él y su manada de compinches priistas y panistas.
Dudo que Peña Nieto o Videgaray consuman alimentos en fondas o compren tortillas a señoras como Doña Mago. Hasta entre los bandidos hay clases sociales. Mientras el presidente Andrés Manuel López Obrador siga clamando que si por él fuera no juzgaría a expresidentes, Gertz Manero se mantendrá como Pilatos. Al fiscal general no le quita el sueño que bandidos de la calaña de Lozoya denuncien la identidad de otras y otros saqueadores del país. Si a los narcos debemos contenerlos con abrazos, a ladrones de cuello blanco Gertz Manero los trata con licencia para presumir que tienen un paladar refinado al que complacen con platillos internacionales. Esa es la norma, ejemplo y regla del cambio.
*J. Jesús Esquivel es periodista, escritor, editor y productor mexicano. Actualmente es corresponsal en Washington de Proceso y colaborador de Aristegui Noticias.